Ufff, esto va a ser un poco largo.
Esta segunda vez, viaje hasta allá abajo por algo más que solo participar en la versión inaugural del Ultra Trail Torres del Paine, viaje porque quería volver a sentir esa alegría que me invadió el año pasado en este mágico lugar, viaje, porque quería volver a conectar, quería sentir que algo me hacía “click” nuevamente y afortunadamente: lo logré. A estas alturas, ya puedo decir que las Torres del Paine se han convertido en mi lugar favorito de este angosto y largo país, pero primero lo primero: 7:30 de la mañana en el Pueblito Serrano y un puñado de corredores largábamos en dirección hacia las Torres del Paine para comenzar a hacer historia dentro del Parque Nacional. Con un viento que no perdonaba, los primeros kilómetros pasaron volando (literalmente) con un grupo de dos brasileros y un italiano. El año pasado me acuerdo que me había puesto celoso cuando los corredores de los 63k me contaron sus experiencias al correr junto a unos caballos salvajes por unos minutos, afortunadamente, este año yo tuve ese privilegio y, guau, el comienzo de estos 67k no podría haber sido mejor con ese espectáculo y los primeros rayos del sol golpeando en Las Torres.
Llegamos al primer puesto de abastecimiento –y a lo que marcaba el inicio de los senderos- y todos pasamos de largo tratando de recuperar algo de tiempo con los punteros. Acá empiezan a aparecer algunos corredores de los 109k y –obviamente- es imposible no saludarlos y desearles ánimo. Las primeras subidas cortas del día y el paisaje empieza a cambiar también. Aparecen los troncos secos ‘fantasmagóricos’ característicos del lugar y ya se comenzaba a asomar la increíble Laguna Pehoe. Sinceramente, no me di cuenta cuando de pronto había alcanzado al primer lugar y al mismo tiempo, a Yassine Diboun que iba liderando los 109k. Igual que el año pasado, me di el lujo de tener una –breve- conversación con él mientras atravesábamos el primer -de muchos- cruce de agua para mí. Me contó lo duro que había estado la noche y como el viento le había dañado sus ojos. Por mi parte; yo le dije “que ya podía darme por pagado por que lo había alcanzado” (jajaja).
Cada kilometro que pasaba mi nivel de adrenalina iba subiendo y no porque me fuera acercando a la meta, sino porque cada vez, me iba acercando más y más a la base de las montañas. ¿Cómo no va a ser glorioso tener la capacidad de ver el amanecer de las Torres desde lejos para luego de un par de horas, estar corriendo a sus pies, solo con mis piernas como medio de transporte? Era difícil leer las sensaciones de mi cuerpo cuando mi principal preocupación era no perderme un solo detalle del lugar, pero casi desde el comienzo había notado un extraño dolor en mis cuádriceps que me preocupaba. De todas formas, me repetí varias veces: “Un mal día corriendo en Patagonia sigue siendo uno de los mejores días de tu vida como corredor” y la verdad es que así es.
Con una laguna color turquesa, un viento que llegaba a levantar el agua del lago para dejarlo caer como lluvia y unos senderos que demandaban atención, llegue en primer lugar al Refugio “Paine Grande”. Me ofrecieron de todo acá y me miraron como bicho raro cuando les dije que lo único que necesitaba era agua…después de todo, esto era una carrera y además, estaba demasiado ansioso por empezar a trepar al mirador del Glaciar Grey, que según me habían comentado, “iba a ser de todo mi agrado”.
Unos 40 minutos más tarde después de haber dejado el Refugio, alcance el punto de retorno y esto ya era absurdo. Tan extasiado estaba, que cuando los fotógrafos me pidieron si podía volver a darme una vuelta para sacarme otra foto, les respondí que “por supuesto, que no había ningún problema” Podría haberme quedado dando vueltas en esa pequeña cornisa –que hacía las de mirador- toda la mañana.
De vuelta por el mismo camino por el que subíamos, los high five y los saludos con los que me cruzaba era algo obligatorio. De verdad no sé porque en Chile no tenemos más circuitos con out-n-backs, subir y bajar por un mismo sendero no tiene nada de aburrido, por el contrario; es mucho más entretenido la interacción con los corredores, puedes calcular la diferencia con tus competidores más cercanos y además, te permite apreciar cosas que de seguro te perdiste cuando ibas en la otra dirección.
De vuelta por el refugio, algo desmoralizado por mis cuádriceps que no me dejaron apretar en las bajadas como me gusta, termine enganchando con un grupo de corredores de los 42k que venían algo extraviados y dos competidores de los 67k que me habían alcanzado. Agarramos un senderito perfecto para correr y nos fuimos ‘tirando’ hasta separarnos naturalmente sin que nadie se diera cuenta. En una de las trepadas cortas de este segmento, el brasilero Fernando Nazario –que me venía respirando en la nuca hacía un rato- me pasa y me deja atrás sin que yo pudiera hacer mucho realmente. Bajón obviamente. Pocas cosas me frustran más que perder la punta de una carrera (quizás estoy exagerando). Pero buehh, me deprimo un poco, puteo otro y listo; todavía queda carrera como para remontar y por sobre todo, todavía quedan cosas por ver. Un poco antes de llegar al Campamento Italiano, cruzamos un puente colgante y en la mitad, un gringo detenido tomándose una selfie. Cómo lamente no haber atinado a echar mi celular en la mochila! De todas formas, un respiro profundo y unos segundos para maravillarme con lo que tengo frente a mis ojos. Sigo por el sendero (que forma parte del circuito de la W) y ahora estoy, literalmente, trotando por una playita del Lago Nordenskjold que me hace cuestionarme si esto es real o no.
Las horas avanzan y con algo así como 60kms en el cuerpo y un viento que no ha parado de susurrarme en el oído toda la mañana, empiezo la última parte del recorrido: la trepada al Refugio Chileno. Las emociones ya estaban a flor de piel, sabía que esta jornada estaba llegando a su fin. A los pocos minutos de empezar el descenso hacia el Refugio, me cruzo con el brasilero que va en primer lugar y según mis cálculos, debía llevarme unos 20 minutos de diferencia, por lo cual estimo que a menos que tenga un accidente en la bajada, iba a ser casi imposible alcanzarlo. Por otra parte, ya de vuelta en dirección hacia la meta, mi perseguidor más cercano venía unos 20 minutos atrás, lo cual también me sirvió para relajarme un poco y disfrutar la bajada final hacia la meta saboreando mi 2do lugar.
Han sido casi 8 horas intensas. En general, no tuve ningún momento ‘malo malo’ excepto por el que asumí que mis piernas no se iban a soltar y iba a tener que lidiar con ellas hasta el final. Pero a las Torres no se viene a sufrir, sino lo contrario; acá se viene a gozar y a conectar, tanto con el entorno, como con los que te rodean, todo lo demás es adorno.
Y como si terminar los primeros 67k del Ultra Trail Torres del Paine en 2do lugar no fuera suficiente, la aventura y la buena onda continuaron: cordero al palo, cervezas, sidras, caras de felicidad, abrazos, más felicidad, buenas conversaciones y más exploraciones terminaron por redondear un viaje para el recuerdo. El nivel de intensidad y emocionalidad que se vive durante una carrera larga como esta, más la experiencia global de pasar un tiempo significativo en Patagonia, es algo que de seguro me va a dejar ‘rayando’ buen tiempo. Nuevamente, ya estoy contando los días para volver allá abajo y seguir explorando. Hay infinitas cosas por hacer todavía!! Gracias a todos los que hicieron este viaje posible, de todo corazón.
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