Ultra Trail du Mont Blanc, una lección de humildad II

[Leer parte 1]

Al entrar al puesto mucha gente del pueblo te alienta (leen tu nombre que aparece en el “bib”) y se escuchan gritos de ánimo y las “cowbells” en una gran sinfonía. Casi llegando a la primera comida de la carrera (sopa salada con tallarines, distintos quesos, jamones, chocolate negro, gomitas, Pepsi, agua con/sin gas, plátanos, naranjas, entre otros) alguien me dijo algo en francés desde mi izquierda, al voltearme para mirar me doy cuenta quien era … Sebastien Chaigneau que estaba lesionado, estaba apoyando a los corredores en este puesto. Me emocioné mucho en verlo y conocerlo. Le di un abrazo estrujadísimo (creo llegó a asustarse), le pregunté cuándo volvería a correr a Chile y le dije que tuviera una sana recuperación a sus lesiones. Él me preguntó cómo iba y me dio ánimos. En el puesto comí un queso, chocolate negro, una Pepsi, rellené mis botellas con agua, un cuarto de plátano, una naranja y nos pusimos las compresoras. Saliendo del pueblo casi me tropiezo con una barrera de contención después de mirar y escuchar el fervor con que dos policías, una mujer y un hombre, debajo de la lluvia y con una gran fila de autos esperando, me daban ánimos, energías, me gritaban e incluso volteaban sus cabezas y cuerpos en señal de apoyo (no era un simple grito y aplauso: realmente venía dentro de su espíritu, como si ellos se estuvieran quemando por dentro por no poder correr con nosotros!. Fue realmente emocionante). Desde “Saint Gervais” venía una subida eterna de 23 kilómetros hasta “Croix du Bonhomme”.

Dejando el ruido y la euforia de “Saint Gervais”, mi mente empezó a caer en un cono de malestar, del cual nunca fui capaz de salir. A esta altura (kilómetro 30, 6 horas de carrera) ya quería abandonar y no lo hice porque recibí el constante apoyo de Momo. Acá cometí otro error que me costaría muy caro: dado mi estado de flojera/sueño/pajerismo/llámele-como-quiera, decidí aplicar táctica “directísima”, que consiste en minimizar el rodeo de pozas, ríos, o agua general (en el contexto de la carrera era muchísimo barro, pozas con mucha agua, entre otros formatos) y mojarse continuamente las zapatillas, calcetines, patas y dedos, poniendo en juego la piel (que se arruga como pasa), agregando posibles hongos (para el final) y ,en mi caso, haciendo que perdiera aún más calor, que en ese momento no me sobraba, por medio de los pies, que regulan bastante el calor generado en el cuerpo.

Fueron pasando las horas a medida que subíamos hasta el “Croix du Bonhomme”, filas interminables de corredores caminando la gran subida a un ritmo tranquilo y creo que esta velocidad “cómoda” hizo que me fuera enfriando cada vez más (explicación simple: al ir un poco más lento de lo que podría haber ido (caminando), voy generando menos calor, lo cual hace que si ya estaba débil, ahora esté aún más débil y mi temperatura corporal seguía bajando. A esto se agrega que subir con bastones requiere de sangre en los brazos. Por lo tanto: teniendo temperatura corporal baja + entregar sangre a los brazos + caminar lento, trae como consecuencia que se favorecerán otras partes del cuerpo (tronco y órganos principales) para mantener en funcionamiento y en calor, y la guata no es uno de ellos. Con esto también no absorbí de manera correcta todas las basuras que me fui comiendo y el agua que fui tomando).

Casi llegando al punto más alto escucho a un español atrás diciendo “¿Hasta allá tenemos que subir?”: refiriéndose a una estrella en el cielo. En este momento decidí empezar a hacer cambios en la manera que estaba haciendo las cosas: agregué música para ver si despertaba. Para ese entonces juraba que me estaba quedando dormido y por eso creía me sentía apático y sin ganas de moverme. La bajada con música ayudó bastante, efectivamente me desperté, pasé a varios corredores (estando en Europa creí que serían buenos en las bajadas, pero erré, por lo menos el grupo que vi) y llegamos junto con Momo a “Les Chapieux”. Vuelta a comer plátanos, naranjas, chocolate, algún queso, recargar agua y partir. Lejos donde más sufría era al salir de la carpa, dentro de esta había una temperatura agradable (aunque quizás llena de humedad, transpiración de los corredores) pero al salir me sorprendía el frío que hacía (o que yo sentía).

La subida desde “Les Chapieux” hasta “Col de la Seigne” (frontera con Italia, kilómetro 60) era en su mayoría por un camino de ripio. Desde un comienzo me empecé a quedar atrás, semi dormido (eso creía yo) y poco a poco los corredores que pasé en la bajada me empezaban a pasar. Por lo menos fui inteligente y apagué mi linterna aprovechando la luz que los otros “corredores” (caminantes la verdad) me proporcionaban. Momo me iba esperando, pero cada vez se iba más y más lejos, ¿tan rápido iba Momo?, ¿o yo estaba muerto. Inventaba cualquier excusa para poder parar: un pipí, descansar, mirar hacia atrás, mirar hacia adelante y hacia arriba la cantidad de luces que habían (la verdad es que era impresionante). Finalmente se acabó el camino ancho de ripio y empezamos a subir por un culebreado camino angosto. Tuve suerte de que me tocaron canciones motivadas y a ratos me prendí, volviendo a pasar a unos pocos corredores y pillando a Momo nuevamente, hasta que una señora de la organización nos dijo “bienvenu au Italy”. Por más que saludé en italiano, me respondió en francés (más tarde averigüé por qué la gente de esta zona de Italia saludaban, su mayoría, en francés: esta región había pertenecido a un conde francés y la gente vieja aun hablaba francés. Es más, varias ciudades tienen nombres franceses (ej: Courmayeur)). Justo, como reloj suizo, en la frontera pudimos ver a lo lejos cómo se asomaba alegre y contento Sun-Ra: la noche había terminado, y estaba seguro que con el día vendrían nuevos aires, espíritu renovado y contento. Pero al final del día, no fue así.

La bajada a “Lac Combal” fue muy bonita: a la izquierda asomaba (desde hace más de 10 horas no vimos más que nuestro cono de luz personal) parte del macizo del Mont Blanc con su granito y sus glaciares que chorreaban hielo sobre la roca, para fundirla y dejar su registro de manera eterna. Justo antes que saliera el sol fue el momento más helado de la carrera hasta que llegamos a “Lac Combal”. Vuelta a comer y rellenar con agua para subir a “Areté du Mont Favre”. El lago era bastante “petit” y se podía trotar por el plano (nada de falso) hasta la “grand” subida. Llegando al punto más alto, obviamente había que bajar. Lo volví a pasar muy mal. Era una bajada bastante trotable, es más, muchos me pasaron, pero mi cerebro/mente/espíritu ya estaban podridos y por el suelo. Lo único que funcionaba (en partes y a ratos) era la fuerza de voluntad, pero no daba para bajar al trote contento y feliz. Hasta que creo llegué a “Col Chécrouit”.

A esta altura (kilómetro 73) Momo me dijo que me esperaría en Courmayeur (kilómetro 78, “casi” mitad de carrera). En “Col Chécrouit” parlé un poco de italiano, pedí permiso para untar pedazos de queso con miel (uf! Qué manera de alegrarme el espíritu, al menos por un rato), gomitas (ballenas, ositos, con formas de elipses, y de todos los colores imaginables). Después de comer este banquete, recargué agua (la cual estaba alejada de la comida) y me percaté de que había una mesa larga, tipo té club. Me acerqué y vi ….”pocket-nutella”, huevos revueltos, pan, jamón (en los puestos siempre hubo, y buenos). Ni tonto ni perezoso saqué 3 “pocket-nutellas” y me hice un pan con huevo revuelto. Me sampé el pan y empecé lo que me quedaba de bajada para llegar a Courmayeur. Un minuto después me di cuenta que quizás me había colado a una mesa que no estaba habilitada para corredores y era para el coro que había cantado justo antes de que yo llegara. En fin, fue un buen pic-nic que me subió los ánimos y fui capaz de correr (sí! Al fin! Y con ganas y energías!) hasta Courmayeur. La bajada fue muy entretenida, llena de escalones, muy empinada, no tan técnica pero con mucho desnivel: 4 kilómetros donde los cuádriceps sufren. En mi caso los disfruté al máximo, me acordé de todos los entrenamientos que hicimos en Santiago y entre medio saludé a un señor bajo, con pelo y barba canosa. Lo saludé en francés e italiano pero él me respondió en español “también puede ser buenos días en español”. Le pregunté de dónde era y me dijo “ soy el padre de Kilian”. Me emocioné casi hasta las lágrimas, lo felicité y le dije que felicitara a su hijo. Él estaba posicionado en una esquina sacándole fotos a los de Cataluña. Bajé echo un peo hasta “Courmayeur”. Creo fue mi mejor momento espíritu-mental en la carrera. Antes y después fue la caminata de las babosa-caracoles.

Llegué corriendo y emocionado a “Courmayeur. Subí al segundo piso del gimnasio y encontré a Momo. Nos cambiamos de ropa con la bolsa que habíamos dejado. Me envaseliné las respectivas presas, nos alimentamos, recargamos comida, agregamos comida nueva (las mismas basuras químicas, pero para la “segunda mitad”), tomamos bebidas. Por suerte dijimos que seríamos “rápidos” en salir: nos demoramos alrededor de 50 minutos.

La subida desde “Courmayeur”  hasta “Refugio Bertone” (kilómetro 82), fue constante pero lenta, bajo el sol que pegaba fuerte. Nos fuimos a la par con dos alemanes: uno había corrido 4 veces antes y nunca había terminado. Dijo que esta vez estaba fuerte de mente, y que ya estando en “Champex-Lac” (Suiza, kilómetro 122) la carrera estaba cocinada. En la subida me sentí bien (dentro del estado en el cual me encontraba), me preocupé de la hidratación (le soleil estaba rudo) y de comer bien. Una vez llegados a “Refugio Bertone” teníamos un “plano” de casi 10 kilómetros. Resulta que no corrí ningún kilómetro de esos 10, me arrastré más rápido a ratos, pero en general ya estaba muerto y la decisión de abandonar (que venía mascullando desde las 23.00 hrs de la noche anterior) ya estaba cada vez más clara, por lo menos llegar a Suiza para facilitar la logística con el team de apoyo. Infinitas veces, en la noche pero más que nunca desde que salió el sol, pensé en acostarme “un ratito” en alguna agradable pendiente francesa/italiana, las cuales invitaban a recostarse y dormir para siempre (una vez retirado supe por qué no hubiese sido tan buena idea). Tuve que pelear con mis demonios, con mi cerebro, con mis células: TODOS estaban en mi contra y querían boicotear (hace muchas horas ya sentía un boicot) mis planes. Fui fuerte y me abstuve de dormir, de parar por cualquier excusa. Hasta que llegamos al “Refugio Bonatti”. Este punto fue uno de los más bajos para los dos. Es más, fue la única vez en que decidimos explícitamente parar a descansar, y así lo hicimos. Compartimos una sopa, ¿echamos la talla?, nos reímos de cómo se veían todos (unos zombies), y de cómo nos hubiéramos visto nosotros y vuelta a lo que nos compete: seguir en este ritmo babístico, hasta quien sabe dónde.

De repente se veía “Arnuva” (kilómetro 94): debe haber estado casi unos 1.000 metros por debajo de la altitud donde estábamos. “Yuhuu” pensé irónicamente para mis adentros. Efectivamente, nos esperaba un serpenteo para bajar a “Arnuva”. Ahí me topé con uno de los alemanes que me hizo un gesto de que no seguía. Momo se me había escapado (desde el principio de los principios, pero fue un gran hermano y me esperó/aguantó/soportó/y muchos otros sinónimos aplicables) hasta que lo topé dentro de la carpa. Le dije que me retiraba, llegaría a Suiza y me saldría. Le ofrecí intercambiar mi equipo (la linterna, la mochila, la parka, etc), pero se negó. Nos despedimos, abrazamos y le dije palabras de ánimos. Seguramente siendo un espectador externo debe haber sido una situación rara, fría, sin sentimientos por la falta de sueño y empatía en nuestros cerebros.

Saliendo de “Arnuva” me abrigué, ya se estaba haciendo tarde y el paso para llegar a Suiza era en altitud, puse buena música, y acá viene lo más irónico de todo: ya tomada la decisión (y machucada por más de 20 horas) es en esta subida donde me puse en “modo carrera” por primera vez. Me fui pasando corredores, fui disfrutando, transpirando, al fin algún momento de alegría y competencia! Hasta que volví a toparme con Momo justo antes de entrar a Suiza. En la subida me había propuesto pillarlo, para darle ánimos y durante la subida me di cuenta que podía seguir apretando y sentirme bien, por lo que quería decirle que no tuviera miedo, los músculos le aguantarían bien hasta el final, los entrenamientos estaban rindiendo sus frutos. El staff de la carrera nos dice “welcome to Switzerland” y nosotros le decimos para reírnos “it’s cloudy” (Suiza es reconocido por su clima lluvioso y nublado, mientras que Courmayeur es conocido por ser el “Sunny Side of Mont Blanc”) y tan suizo que era y nos responde “yes, it is”. Nos reímos un rato de él y empezamos a bajar. El comienzo de la bajada fue ágil para mí por un rato, pero no duró mucho y volví a mi estado zombie-babosa-caracol-muerto.

Llegando a “La Peule” (no había puesto, era solamente un pueblo) me fijé que sonaban infinitas “cowbells”. A ratos me emocioné y me sorprendió la cantidad de “cowbells” que habían para un pueblo tan chico: al poco rato me fijé que en la ladera del frente había un grupo de unas 50 vacas, cada una con su distintivo “cowbell”, mandando ánimos a lo lejos. Para ese entonces ya estaba solo y Momo había partido a un ritmo normal (yo iba en modo caracol-babosa en reversa).

La carrera, para mí, estaba llegando a su fin. Estaba mentalmente destrozado, había seguido contra mi voluntad por más de 20 horas donde cada paso que daba me costaba más que el anterior. El físico estaba perfecto, tan así que le mostré a Sebastien (en “La Fouly”, kilómetro 108) un salto a pie junto que hice para dejar registro de que no me retiraba por problemas físicos. El momento de entregar el número para que le recorten el código de barras (el cual lo escanean en cada puesto que llegas) fue triste. Por más que me veían (los de la organización) en pie y de buena forma, les dije que la “tete” estaba “morte” desde hace muchas horas, “cest finit pour moi”. El último episodio fue después de terminar. Me cambié de ropa (a una polera de lana merino, seca) y fuimos (parte del team de apoyo y yo) a comer pizza y tomar cerveza a un local a pocos metros del puesto de abastecimiento. Dentro del local hacía bastante calor, la pizza estaba increíble y la cerveza también. Terminando y casi yéndonos quise levantarme para ir al baño, me levanté y cuando estaba llegando al baño me llegó una tufada de aire frío desde afuera: empecé a tiritar como nunca antes, seguía lúcido, pero todo mi cuerpo tiritaba sin control. No fui al baño y nos fuimos rápidamente al hotel en Champex-Lac. Antes de irme a dormir me dio otro tiritón de unos 20 segundos, sin control.

La hipotermia es cuando la temperatura del cuerpo baja a un nivel menor del requerido para el metabolismo (conjunto de reacciones bioquímicas y procesos físico-químicos que ocurren en una célula y en el organismo. Estos procesos son la base de la vida.), generalmente bajo los 35°C. En hipotermia nivel medio existen los tiritones y confusión mental. También aparece la hiperglicemia, porque las células dejan de consumir azúcar y ésta se va a la sangre. Tiritones, hipertensión, taquicardia, taquipnea y vasoconstricción.

Finalmente concluí que tuve principios, o derechamente, hipotermia. Se explica en parte por algunos factores: lluvia continua y ruda durante las primeras 6 horas de carrera, ritmo lento y parejo en las subidas, uso de bastones y poca absorción de nutrientes en la guata. Lo anterior sumado a sobre-entrenamiento los meses previos y alimentación pobre/escasa en función de los gastos energéticos.

Fue un gravísimo error el atrasar la postura de la parka creyendo que era una lluvia “pasajera” y “pajera” (entiéndase no tan fuerte). Y el otro error importante fue mojarme los pies de forma constante durante la noche lluviosa y fría. Mirando en retrospectiva, eso me debilitó (y mojó) bastante, fue un error infantil el cual trajo otros errores asociados no deseados. Pero también tengo la sospecha que no fue un buen día. En las horas previas nunca sentí la magnitud del evento. nunca sentí el miedo característico de un desafío nuevo, nunca tuve la piel de gallina, nunca estuve en “modo carrera”, nunca estuve eufórico. ¿Qué habrá salido mal y por qué?, ¿Por qué nunca estuve en “modo carrera”?, ¿Habrá sido alguna comida de los días anteriores?, ¿Habré pasado frío los días u horas previas?, ¿Mi mente se habrá puesto floja solamente por el hecho de estar en la línea de partida y asumir que el desafío estaba listo?, infinitas preguntas florecieron durante el momento y después. Muchas de esas nunca encontrarán una respuesta.

Disfruté solamente 2 horas y media, de las últimas 22 horas de carrera. Mentalmente sufrí como nunca antes había sufrido. Mi cerebro estuvo out/muerto/apagado/kaput, y aun así, es impresionante que uno (con mucha fuerza de voluntad) pueda seguir en movimiento. Me quise retirar desde el kilómetro 21, quise dormir siestas en el suelo desde el mismo kilómetro, pero aguanté hasta casi 24 horas después. Creo que fue una suma de malas decisiones y un mal (pésimo) día. A veces uno los tiene, nada funciona como debería funcionar y no hay mucho que hacer. Por lo mismo no me arrepiento de nada, ni tampoco me “pica” no haber terminado: creo que es primera vez en la vida que tengo tanto tiempo para pensar una decisión. Estuve casi un día completo pensándolo, probé distintas formas de hacer las cosas, distintas estrategias, distintas visiones, pero nada funcionó. Por eso me siento muy tranquilo, fue una decisión muy bien tomada (de las mejores y más precisas que he tomado), sin apuro, con muchas horas de craneo y sensaciones (pésimas, claro está).

En resumen, fue una lección de humildad, de volver a renacer. La naturaleza me volvió a donde me corresponde estar: en el suelo, hecho polvo. Sufrí como nunca, me acordé de todos quienes me han apoyado y/o hecho reír, de todas las buenas palabras e intenciones, del apoyo recibido por muchos. Se repetirá, pero no en modo revancha, en modo carrera y aprendizaje.

Benito y Jerónimo
Benito y Jerónimo

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