La aventura comienza 90 días antes de la carrera y se inicia con una respuesta: “Si”, me llamaban para invitarme a correr 250 kilometros en el Desierto de Atacama, específicamente en los alrededores de San Pedro de Atacama. Así partíamos Patricio, Oscar y yo.
Chequeos médicos de por medio, harto entrenamiento y ya el trabajo estaba hecho. Ahora quedaban días para comenzar la aventura. Había que hacer los últimos ajustes de carga en la mochila, la comida, equipamiento obligatorio, saco, ropa para el frío, isotónicos, electrolitos, calcetines de cambio, entre una larga lista.
Santiago – Calama – San Pedro
El día de viajar había llegado, aun no llegaban los nervios y la carrera estaba a solo días de comenzar, tantos días de entrenamiento, comidas rigurosas, las palabras de aliento de los amigos, todo estaba alineado para comenzar a vivir una experiencia de vida inigualable.
Una vez que llegamos a San Pedro, comenzamos a recorrerlo en buscar de un lugar para comer, ya veíamos a varios corredores luciendo orgullosos sus parches de carrera, unos trotando, otros caminando, quien sabe si para bajar los nervios o tal vez para no perder la práctica, cada uno tenía su ritual, el nuestro era comer nuestra última comida con el mayor gusto y de esta manera, fuimos en busca de un churrasco a lo pobre con arroz. Todo lo que un corredor necesita para aguantar una semana en el desierto.
Preparando la mochila
La última noche en el hotel, era de un constante movimiento, corredores de Australia, Korea, Inglaterra, Estados unidos, todos iban de un lado a otro, algunos buscando cosas, otros haciendo quizás qué, por mi parte… arreglando las últimas cosas y no menos importantes… las calorías para la semana no me alcanzaban – ¡Qué onda! – pensé, pero claro sume mal unas tres o cuatro veces, los nervios ya se notaban. Finalmente todo cuadraba y era hora de decidir si poner o no los parches; la mejor decisión fue ponerlos, nada mejor que lucirlos con orgullo, lucir tu bandera con orgullo y sentir que es la mejor.
Pre-carrera
La carrera comienza con tu última ducha y la última ida al baño, de ahí en adelante todo lo que vestirás y ocuparás para correr no lo abandonarás por una semana. En este momento fue cuando decidí ponerme los mismo calcetines que había usado el día anterior, el mismo calcetín con que había corrido los 50 kilometros de la Ultramaratón de los Andes. Fiel compañero, todas sus costuras permanecieron firmes durante toda la carrera, hasta que perdí uno del par… ahí entro a jugar el calcetín de recambio. Pero bueno, volvamos al comienzo de carrera.
Era hora que como equipo fuéramos al briefing previo a la carrera, Oscar, Pato y yo caminando en una sola dirección. Comenzamos a ver a los primeros corredores, argentinos, norte americanos, europeos; hablabas en un idioma y a tu lado escuchabas tres idiomas diferentes.
Una vez que revisaban todo tu equipo solo quedaba almorzar y luego partir al campamento de inicio.Ya en el campamento el escenario era oscuro, un aviso de tormenta eléctrica amenazaba el comienzo de carrera, la organización tenía todo pensado y ya habíamos sido advertidos de lo que teníamos que hacer en caso de emergencia. Con esto la carrera comenzaba antes del pitazo inicial.
Lluvia, sí, lluvia en el desierto más seco del mundo y las carpas ahora tenían ducha propia, seguía el viento, parecía que nuestras cosas se iban a mojar y además se las iba a llevar el viento y peor, parecía que esto no iba a terminar. Mirabas al lado y todos afirmando sus carpas para que estás no se volaran, la organización corría antes que nosotros para conseguir plásticos que cubrieran las carpas y además para que la laguna que estaba a un costado de las carpas no siguiera creciendo y todo se inundara. La aventura ya había comenzado… THIS IS ATACAMA!!!
THIS IS ATACAMA!!
Domingo por la mañana – “Ten minutes to the briefing!!” – se escuchaba por el megáfono y ya sabíamos que quedaba poco. El cielo despejado de la mañana pasaba a un lado y del negro estrellado al azul pálido del cielo y luego un rayo de sol que daba inicio a la carrera entre gritos de alegría y entusiasmo, abrazos como equipo, un beso en la mejilla y ya empezábamos el viaje. Los lugares increíble, pasando a un lado de unos petroglifos, y luego un largo plano hasta unas montañas. Los puestos de hidratación eran cada vez más cercano y las horas del reloj avanzaban a medida que dábamos los pasos del trote, pasando por lechos de ríos secos y luego por un largo y eterno zig-zag en un cañón cada curva era la última curva hasta que llegabas a la próxima… si no fuera por la pendiente no sabías si te acercabas a la meta o te alejabas. 30 y tantos kilómetros sin fin y a la vista ya veías la meta junto a un extraño “tum – tum” el sonido de un tambor, tu máximo motivador en los metros finales. 4 horas y 30 minutos y el día 1 ya estaba hecho. Los pies sanos y con más ganas de seguir.
Al segundo día el destino era Laguna Cejar, los dolores del primer día eran intensos. Se repetía la experiencia de la semana de entrenamiento donde todo duele más el día 2 y 3, luego te acostumbras, extrañas los dolores y cuando pasa eso es porque tienes un nuevo dolor, diferente a los anteriores. Lo bueno es que estos pasan al final del día. Este día comenzaba por pasos de agua salada, luego unas subidas infernales para ir por el filo de un cañón donde disfrutabas de una hermosa postal de todo el valle de San Pedro y al fondo, el Salar de Atacama. Metros más adelante una bajada por una gran duna y aquí es cuando salen a flote todos tus instintos infantiles y solo te lanzas duna abajo para avanzar más rápido sin importar si te caes o no… solo quieres disfrutar. Al llegar al cruce de la carretera lanzamos un “C-H-I” al aire y logramos sacar uno que otro bocinazo y sonrisa de la gente. El orgullo de gritar por tu país no te lo quita nadie, es un gusto que pocas veces lo sientes con tanta propiedad. Al pasar el “Arbol Solitario” un largo recorrido por un camino tedioso y que mata una que otra neurona al no dejarte ver la meta. El día 2 termina cuando llegamos a Laguna Cejar. Los pies sanos, comparados con los de otras personas, las ampollas dejan de doler después de 10 minutos de trote.
Buscando motivadores
Llega el día 3 y las molestias de rodilla ya no existen y las ampollas siguen ahí sin crecer. La salida de la meta es trabada y se puede avanzar poco, el camino es peligroso y en eso mi pie cae en una costra de sal entre vegetación y un piso resbaloso por la humedad, metros más adelante mi pie cae nuevamente en un hoyo pero esta vez escucho un “Crack”, atrás mío escucho un “¿estás bien?” e instintivamente digo que si… pero sabía que esta cosa no estaba bien. Inmediatamente pienso en que debía salir de este terreno y arreglar el tobillo, pensando en que hacer mientras cuidaba no caer nuevamente en un hoyo. Cada paso dolía y cada paso era más lento. Alcanzo llegar al camino y aviso a mi equipo que estaba mal del tobillo que debía parar y hacerme un tape. A un lado del camino cortando vendas y haciendo un tape para el tobillo, todos preguntaban si estaba bien y la respuesta era una – “SI”. Un milagroso cloruro de etilo sale de las manos de Raúl Narváez, otro chileno y ya estaba con el tape listo y andando. El camino era de arena y mi pensamiento fue siempre un mantra que decía “sana, sana, sana, sana…” una y otra vez era la única voz que se escuchaba en mi mente. El dolor del pie pasaba a un dolor de rodilla pero no era de mayor preocupación, el tobillo dolía más. Las bajadas eran inseguras y dolorosas, pero el pensamiento pasaba de un sanar a un solo “2 días más y listo”. Alcanzamos la meta y ahora a recuperarse.
Retroceder nunca, rendirse jamás
Comenzando el día 4, el tobillo presentaba dolor, pero en general me sentía mejor que el día 1 y el ritmo de trote que llevábamos en la duna era muy cómodo, mucha confianza, muy estable, fluyendo… Llega la primera bajada de duna y la rodilla acusa un dolor agudo, un dolor muy fuerte… comienzo a cojear y a quedar atrás, Hernán, un amigo argentino, me presta un bastón y con eso puedo avanzar. Ahora viene el llanto de impotencia, una, dos y tres veces y el recorrido de 10 kilometros nos tomó 2 horas. Ahora el pensamiento era uno solo, terminar este día y aguantar un día más… solo un día y estábamos listos, porque después tocaba un día para descansar y recuperarse y luego unos 10 kilometros para llegar a la meta. En la mente no cabe la idea de retirarse, no cabe la idea de abandonar ni detenerse, por muy lento que fuera había que avanzar.
Llegamos al punto de abastecimiento y llega nuestro amigo Cristián, quien nos había acompañado el día anterior y quien fue un gran apoyo durante la carrera, transmitiendo todo su conocimiento y experiencia en la carrera. Al lado de él llega Jeison, de Brasil, quien venía con grandes molestias en un pie… de hecho Cristián hizo unos cortes en la zapatilla de Jeison para que él pudiera continuar. No entraré en detalles de que lo que pasó en el punto de abastecimiento pero de ahí en adelante el equipo de corredores era 5: Oscar, Pato, Jeison, Cristián y yo, todos trabajando en conjunto para avanzar sin detenerse. Por largos kilómetros lo único que hicimos fue caminar, el dolor era intenso y había que mantener el espíritu en alto, las conversaciones saltaban de tema en tema y luego un silencio… así durante kilómetros.
A medida que avanzas comienzas a hablar de cualquier cosa, es como si estuvieras en el living de tu casa pero esta vez vas avanzando bajo el sol. Conoces a la persona que está a tu lado y te olvidas de todos los dolores y malos ratos, sientes una breve brisa fresca y dan gracias de tenerla, disfrutar el paisaje, das gracias por estar ahí, miras a tu alrededor y te das cuenta que varios kilómetros a la redonda no hay nadie, ni un alma te sigues hasta que aparecen unas siluetas.
14 kilometros de salar y lo único que ves a tu alrededor son lagos, uno que otro lago, la mente juega contigo y tú tienes claro que esos lago no están ahí. Aunque quería correr y avanzar rápido el cuerpo no me dejaba, la mente te hace avanzar pero también tiene su límite. Comienzas a silbar una canción, comienzas a cantar otra canción y acto seguido, metros más adelante, tu compañero de equipo te acompaña en la locura. Avanzando por el salar, el piso es café y cubierto por una delgada capa de una blanca sal. Esto es lo que llamábamos el glaseado y en los momentos de mayor calor llamábamos nieve… quizás en un acto instintivo de buscar una razón para avanzar, ver un pastel cubierto de glaseado parecía un buen motivo para reír y soñar.
Alcanzamos la meta del día y al igual que todos los otros días alzamos nuestros brazos y entramos haciendo nuestro vuelo del cóndor seguido por un esperado “C-H-I”. Ahora quedaba bañarse en los ojos del salado y descansar.
The Long run
Una mañana fría en los ojos del salado y ahora tenía que cambiar mis calcetines por unos nuevos, el día anterior perdí uno de los que me había acompañado por largos kilómetros.
Al comenzar el día mi idea siempre fue intentar correr los primero 50 kilometros y los otros 20 caminarlos, a pesar del intenso dolor de la rodilla. Para eso Crístian nos había dicho que avanzáramos caminando 3 banderas y luego corriéramos 4 banderas; excelente consejo el que nos daba… de esta manera logramos hacer 30 kilometros, claro que el ritmo a veces caía y a veces la rodilla no quería funcionar de manera normal, en otros momentos si lo hacía y el dolor se desvanecía. Los motivadores eran cantar y contar en voz alta, la única forma de avanzar durante los kilómetros 20 a 30. Gracias a mis clases de aikido, comencé a contar en japonés, luego en alemán, inglés, hasta en chileno y español, que son muy diferentes. Así avanzamos varios kilómetros y mantuvimos la mente limpia, la moral arriba, el ánimo en la nubes, disfrutamos de cada metro que se iba y cada brisa que llegaba, cada persona que pasábamos y cada persona que nos pasaba merecía un saludo y un grito de ánimo, el camino era largo y la meta era descansar al día siguiente.
El recorrido de los 70 comienza con salar, luego arena, piedras y luego caes nuevamente en salar para enfrentar la cordillera de la sal en una duna que a lo lejos parecía la peor pesadilla que pudieras imaginar. A la distancia los corredores se veían tan pequeños como hormigas y su avanzar era lento y parecían estar detenidos por largos minutos, mientras a tu alrededor caminabas en un salar desierto, que parecía un lago seco y lleno de porciones de tierra que quizás hace millones de años se asomaban por sobre el agua, las piedras estaban esculpidas suavemente por el agua, que algún día estuvo ahí o por lo menos eso parecía. Seguíamos avanzando y finalmente enfrentábamos la duna. En cinco minutos ya estábamos arriba y había sido la mejor duna de nuestras vidas. A nuestras espaldas el enorme desierto que parecía sacado de una película o quizás era una locación para una película ambientada en marte… ya estaba a nuestras espaldas. En los siguientes metros nos tocaba un “plano” digno de un paisaje lunar, donde pisabas costras de sal que cada ciertos metros parecían hielo o vidrios… parecía que caminaras en la luna, a ambos lados paredes de roca y sal formaban un escenario de ensueño. Bajando de esto encontrábamos el control de kilometro 40 y aquí comenzábamos a caminar por el “Llano de la paciencia”. Nunca había visto un mejor nombre para un lugar, lo descubrí una vez que estaba en el hotel y ahí te das cuenta que aquí está todo pensado, todo tiene el nombre adecuado. Debió ser uno de los tramos más duros, tanto por el sol, la hora, el viento y ya cada paso era más lento que el anterior. Llegamos a un punto intermedio de abastecimiento y nos dicen que solo quedan 5 kilometros para llegar al abastecimiento. Pasaban las horas y la desesperación por llegar al kilometro 50 era cada vez más grande – “El abastecimiento debe estar a la vuelta de ese cerro” – pensaba, pero nada… una y otra vez, dos veces, tres veces lo mismo y nada, nos alcanza otro grupo, bautizado por Oscar como DD, Daniel y David, quienes pensaban lo mismo que nosotros, pero a la distancia vemos el punto de control y fácilmente eran más de 2 kilometros los que aun quedaban por recorrer. Convencidos que nunca fueron 5 kilometros, siempre seguimos avanzando y aquí ya no quedaba agua por lo que ver el punto de control a la distancia fue una bendición.
Este es el momento en que todos sacan sus cartas bajo la manga, esa comida que habías guardado durante días, por fin la sacas para subir tu moral, para levantar tu ánimo para dar nuevamente tu 100%. Unos sacaban una coca-cola en lata, otros sacaban papas fritas, yo saqué un delicioso puré de fruta y Oscar compartió con nosotros un salamín, que sin duda es el mejor salamín que alguien puede comer en su vida. En la mitad del desierto, comer un trozo de salame no tiene precio, es lo mejor que te puede suceder.
Los siguiente kilómetros fueron acompañados de una fuerte brisa que nos golpeaba de costado, lo suficientemente fuerte como para moverte de tu línea de marcha y obligarte a mantener el equilibrio. Nuevamente se formaba esa amenazante nube de tormenta eléctrica que nos siguió día a día. Al costado izquierdo disfrutabas de un atardecer inigualable, colores amarillos y naranjos y a mano derecha los cerros del valle de la luna escondían detrás de ellos una tormenta eléctrica. Nos estaban tomando fotografías desde el cielo.
Cae la noche y encendimos nuestras luces rojas y nuestro frontal para alumbrar el camino. Ahora comenzaba la lluvia y la noche se iluminaba constantemente gracias a los relámpagos. Para llegar al punto de control 6 había que enfrentar una pequeña subida, ya a esas alturas habíamos pasado a un lado del campo minado y nuestro ánimo seguía alto, sabíamos que quedan unos 12 a 15 kilometros por recorrer o como llamaríamos después… “un postre”.
A pocos kilómetros de llegar al punto de control 6 aparece una camioneta de la organización y nos dice que debemos quedarnos en el punto 6 por medida de seguridad. No estaban dejando pasar a nadie, una noticia que fue un golpe directo al mentón. Al llegar al punto de control vimos a nuestros amigos. Lo único que quedaba era disfrutar por unos minutos del sonido de la tormenta y la luz de los relámpagos. Todos delirando por llamar a una pizza a domicilio y unas cervezas bien heladas… el anhelo de muchos al llegar a la meta.
Una vez que nos dejaron seguir, todos decidimos salir juntos. El escenario era totalmente una locura, habíamos tenido lluvia y comenzábamos a enfrentar una subida cubierta de blanco. Aquí el cerebro juega contigo porque a pesar de saber que es sal, las condiciones hacían creer que era nieve… incluso corría agua debajo de la sal, lo que confundía aun más tus sentidos. Logramos avanzar yal alcanzar la bajada hacia el campamento, no éramos capaces de ver donde estaba éste. El recorrido parecía no terminar hasta que repentinamente cambia de dirección y a la distancia vimos la meta. Media noche y ya estábamos en casa, un silencioso “C-H-I” limpiar los pies y a dormir.
7k de postre
El día de descanso fue un día largo pero disfrutado, muchos deseábamos correr ese mismo día y terminar de una vez. Estábamos a pocos kilómetros de la ciudad y aquí la frase “tan lejos pero tan cerca” cobra mucho sentido.
Una vez llegado el sábado de carrera, los ánimos estaban por las nubes, todos disfrutando los últimos minutos, escribiendo dedicatorias, sacando fotos antes de partir y finalmente la hora de ponerse en la línea de partida, un último abrazo, una palabra de aliento, desear éxito y a dar lo último de fuerza que queda.
3, 2, 1 y partimos, kilometro tras kilometro avanzamos hasta llegar a la ciudad… ahora es cuando todo el esfuerzo cobra sentido, donde el trabajo en equipo cobra más sentido que nunca. “Les queda un kilometro chicos, vamos CHILE!!!” – nunca había sido tan bueno escuchar esa frase… aunque ya no creíamos en los kilómetros que nos cantaban porque todo había que multiplicarlo por 3 o por 5. Dimos la vuelta en una esquina, dimos la vuelta en otra esquina y a la distancia la meta. Pato con su bandera en la mano y tal como lo habíamos conversado kilómetros antes, Pato debía ir al medio y Oscar y yo a su lado repitiendo la llegada del cóndor que nos acompañó durante tantos kilómetros. Últimos kilómetros donde no hay dolor, donde todos los malos momentos se transforman en buenos momentos y donde lo único que queda es cruzar la meta, tanto esfuerzo y dedicación para esto. Cruzo la meta y grito “VAMOS!!!!!” la emoción se apodera de nosotros y con nuestro último aliento lanzamos nuevamente el grito de “C-H-I” al aire, nos abrazamos y nos cuelgan la medalla de finisher… lo que tanto habíamos deseado al fín llegaba, nuestra querida pizza con coca-cola.
El ambiente de alegría, fiesta y felicidad era único, todo San Pedro de Atacama paralizado por la llegada de todos y cada uno de los corredores. Fotos por aquí y fotos por allá con los amigos que hicimos durante esa semana que pareció un mes. Atacama Crossing había finalizado. A descansar.
Quisiera agradecer a mi familia por el constante apoyo que me han dado en cada uno de los desafíos que me he propuesto y sin duda en este donde ellos estaban más asustados que yo antes de empezar esta aventura. Porque se que corrieron cada uno de los kilómetros que corrí y porque sin el apoyo de ellos esto no hubiese sido posible. Muchas gracias a nuestros amigos que mientras corríamos seguían la carrera a través del sitio y nos mandaban palabras de ánimo y fuerza para esta misión.
Gracias a The North Face Chile que nos entregó mochilas y zapatillas para esta aventura, productos técnicos de excelente calidad que respondieron de manera increíble, incluso superando nuestras propias expectativas, ya que nos permitieron terminar con pies sanos y prácticamente sin daño, comparado con los otros participantes. Gracias a Andes Gear por el apoyo antes de la carrera, quienes nos permitieron aquirir productos técnicos, porque sin ellos esto tampoco hubiese sido posible.
Gracias a Patricio Pinto y Oscar Quiroz por esta aventura.
Equipamiento:
- Mochila: The North Face Enduro 30
- Zapatillas: The North Face Single Track
- Short: The North Face Better Than Naked
- Polera: Aatu T-Shirt Mammut (UV 50+)
- Visera: Sun Runner Cap Outdoor Research
- Frontal: Petzl MYO RXP
- Mangas compresión de pierna: Zensah
- Comida: Comida liofilizada WISE
- Geles: GU
- Isotónico: Zuko GO
Fotografías: Scott Manthey. Todos los derechos reservados.
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