Un sin fin de dudas invadieron mi mente durante meses. Tenía las ganas de correr Zolkan 4 Days pero no quería ocupar los días de vacaciones. Pensaba que quizás sería mejor guardarlos para más adelante; ¿estaría listo físicamente para enfrentar 4 días corriendo?, no lo sabía porque llevaba pocas semanas de “entrenamiento serio”, si es que podemos llamarlo así. El año pasado había tenido la oportunidad de correr y trabajar para la carrera, pero finalmente me quedé trabajando y fue la mejor elección; hacer las dos cosas es casi imposible. Este año quise intentarlo nuevamente y la verdad es que no pude y decidí pasar los días compartiendo y corriendo, antes que estar un par de horas tras el computador todos los días.
Volviendo atrás, la decisión no era clara hasta unas semanas antes de la carrera y es que finalmente daba igual si tomaba o no los días de vacaciones, porque nada me asegura que más adelante los pueda ocupar o no y por otro lado, daba igual si mi cuerpo no podía correr por 4 días, porque mi tarea era hacer todo lo posible por “recuperar” el trote y ser capaz de moverme sin importar las circunstancias. Poder correr un falso plano, poder subir y bajar corriendo o al menos disfrutar cada uno de esos momentos.
Decidí tomarme la semana de vacaciones, pasar unos días conociendo Huilo Huilo y sus alrededores para luego unirme al grupo de corredores de Zolkan 4 Days.
En las horas previas a empezar la carrera estaba nervioso, desde los 21K del Endurance Challenge que no corría y hace mucho que no corría más de… 30K kilómetros a la semana (?), una distancia bastante pobre para quien desee hacer una carrera de estas. En fin, el objetivo era terminar y cada día correrlo como si no hubiera un mañana, dar el 100% en todo momento y finalmente ver donde estaba situado para el resto del año. Eso de dosificar no iba a funcionar esta vez y si arruinaba todo en el primer día… así tenía que ser, pero si no lo arruinada y podía seguir iba a ser aún mejor.
Ya han pasado varios días después de haber terminado la carrera; me encuentro en Santiago, tranquilo, contento, disfrutando de buenos recuerdos e infinitas fotos de esa semana en la Región de los Ríos. Y es que correr cada una de las etapas es tan solo un accesorio, el principal, pero done más del 90% del días la verdad es que lo pasas compartiendo. Porque al menos yo no fui a esta carrera a competir, no fui a medirme con otros corredores, fui a compartir, conversar y pasar un buen rato con amigos, a hacer nuevos amigos, a sentarme en una mesa con personas que “no conocía” y empezar a aprender y saber sobre ellos; al igual que los niños, que primero llegan con temor a donde están los otros niños jugando, sorpresivamente se ponen a jugar y luego se presentan y dicen su nombre. Fui a esta carrera para conocer una parte de Chile que no conocía, un paraíso vivo lleno de historia y de dimensiones inimaginables que se mantenía a salvo mientras la mitad de Chile estaba en llamas. Como si este fuera el ultimo bastión para refugiarse.
Conocí personas que nunca en mi vida imaginé tener la oportunidad de conocer, compartí el sendero durante horas, en silencio, en compañía, guiándonos y cuidándonos unos a otros con el solo objetivo de alcanzar una meta, darnos un abrazo y reflexionar sobre lo bien que lo pasamos. Reímos y caminamos por oscuros bosques atravesados por una densa neblina, corrimos por abiertas praderas rodeadas de bosques y cerros, en el camino comimos de los berries que había a nuestro lado, sufrimos los mismos dolores y compartimos el descanso. Cuando dudamos si era posible correr al día siguiente, algunos tenían una palabra de apoyo o algo de bullying para levantar el ánimo y finalmente hacer un salud con una cerveza o una copa de vino en la mano.
Porque me imagino que no soy el único que recuerda los senderos y lugares, pero más recuerdo los momentos compartidos y conversados.
Recuerdo en 2016 mientras conversaba con Canuto sobre la versión 2017 de 4 Days Trail, aun no comenzaba la primera edición y ya pensabamos en la segunda. Entre muchas ideas nació la idea de ir a Huilo Huilo.
Y aquí me encuentro, recorriendo desde la Cordillera al Océano Pacífico y finalmente llegando a la playa de Pilolcura.
Porque cada uno de los lugares por donde pasamos y las personas que conocimos ya no son los mismos y de una u otra manera han modificado su significado en nuestras vidas. Porque el Volcán Choshuenco ya no es solo el Volcán, sino “ese lugar donde sufrimos la bajada”, “ese lugar donde estábamos rodeados por Volcanes y lagos”, porque Parque Oncol ya no es solo el parque, sino el lugar “donde una vez llegamos y subimos a un mirador a pesar del dolor en nuestras rodillas” y porque la playa de Pilolcura ya deja de ser una sola playa y pasa a ser “la ansiada meta”.
Fotografías: Claudia Jaime y Kirsten Kortebein
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