Correr está en nuestra naturaleza y en nuestro ADN. Es algo tan básico en nuestro ser y algo que nos ha formado con el paso del tiempo en lo que somos y en cómo somos. No hemos evolucionado para ser el animal más veloz, ni tampoco el más ágil, pero si hemos adaptado nuestro cuerpo de manera increíble, para poder ser de los mejores en largas distancias…
Hay registros de hace casi 4.5 millones de años de que nuestro antepasado (el peludo y achatado Australopithecus) se bajó de los árboles y comenzó a caminar por las llanuras y valles. Pasará mucho tiempo y muchos procesos hasta que lleguemos al Homo sapiens actual: erguido, alto y flaco (aunque algunos se esfuerzan en cambiar esto último). ¿Qué influyó para que nos desarrolláramos de esta forma? Muchos estudios y hallazgos señalan que bajarnos de los árboles y empezar a caminar y correr nos habría llevado a evolucionar biomecanicamente a nuestro cuerpo actual. A continuación veremos cómo es que correr nos formó físicamente y cómo es que estamos hechos biológica y evolutivamente para correr largas distancias.
Antes de empezar con el tema de la evolución, debemos tener en cuenta que no somos los mejores corredores de la naturaleza en temas de velocidad: somos lentos, no podemos aguantar nuestra velocidad máxima por más de algunos segundos y además es una actividad extremadamente costosa para nosotros (metabólicamente hablando) si nos comparamos con otros animales. Por ejemplo: la velocidad máxima de un ser humano puede llegar a algo más de 10 mts/sg, siendo capaz de mantener esto por no más de 15 segundos. El caballo, en cambio, puede alcanzar velocidades de entre 15 y 20 mts/sg y mantenerlas por varios minutos.
Sin embargo, tenemos características que nos hacen volver a la competencia, características que nos hacen destacar físicamente dentro del reino animal: ¡nuestra habilidad para correr largas distancias!
Desde un punto de vista evolutivo, somos los únicos primates capaces de algo así. Y comparándonos con los cuadrúpedos (caballos, hienas, perros salvajes, etc.) excedemos a la gran mayoría de ellos en velocidad promedio de trote en largas distancias y en cantidad de kilómetros que podemos hacer de forma sostenida. Este último punto se refiere a nuestra increíble habilidad biomecánica de poder trotar 10km o más diariamente, algo visto únicamente en perros salvajes africanos y lobos.
La capacidad y estructura que tenemos para lograr distancias tan largas las hemos obtenido a través de un largo proceso. Tomará casi 5 millones de años ver el resultado de la evolución, lo que se ha hecho comparando nuestros cuerpos con los fósiles que se han obtenido de los primeros homínidos. Estos cambios los ordenaremos en 4 temas para un mejor entendimiento: energía, sistema osteoarticular, estabilidad y regulación térmica.
Energía: Comparando con nuestros primos-lejanos primates, tenemos tendones más largos que asemejan a resortes para poder generar fuerza de forma más económica. Caminando no producen ningún ahorro energético, pero al momento de correr se estima que se logra un ahorro de hasta 50% en comparación con otros primates.
El tendón más importante en este punto es el tendón de Aquiles, el cual se ve que ha aumentado de grosor y de tamaño durante el paso de la evolución. Se cree que el Australophitecus no lo tenía y que habría aparecido en alguno de nuestros antepasados Homo, para ir creciendo hasta llegar al tamaño actual.
Vemos el desarrollo que ha tenido el arco plantar, el cual sirve para mantener la rigidez durante el impulso del pie, además de absorber impacto y de funcionar como resorte mientras corremos. Aquí vemos que los primeros homínidos presentaban un arco parcial (casi la mitad del tamaño del actual) y que el correr continuo habría estimulado su desarrollo hasta doblar su tamaño y funcionalidad.
El alargamiento de nuestras piernas ha sido fundamental en el punto energético. De esta manera somos capaces de aumentar nuestra velocidad cambiando la longitud de la zancada antes que la frecuencia de esta (lo que explicaría la mantención del gasto energético a ciertas velocidades), dejando el cambio de frecuencia solo para etapas finales de la velocidad. Además, se redistribuyo el peso de los pies hacia la cadera y se fueron cambiando los pies para ser más compactos y livianos, de esta forma se gasta menos energía al correr. Se ha observado que un pie humano es el 9% del peso total de la extremidad inferior, mientras que en un chimpancé este equivale al 14%.
Esqueleto y articulaciones: Comparando con el Australophitecus, vemos que los siguientes grupos evolutivos de homínidos (ya hablando del Homo Erectus) tienen áreas articulares mucho más grandes (ajustando el tamaño por masa corporal), pero esto sólo se observa en las extremidades inferiores: la cabeza del fémur, la rodilla, el tobillo y la unión sacro-iliaca. Esto sería para tener una mayor área de disipación para la fuerza de impacto que existe al correr.
Además existen cambios estructurales en la pelvis, aumento del grosor del fémur (también para mejorar la disipación de energía) y una disminución en el rango articular del fémur con la cadera, debido a un aumento del tamaño de dicha cavidad articular. De esta forma, sacrificamos el rango de movilidad de nuestras piernas, a cambio de un aumento notable en la estabilidad de esta.
Estabilidad: El Homo, realizó varios cambios para alcanzar una perfecta estabilización del tronco y la cabeza al correr. Expandiendo zonas de inserción de los músculos de la espalda y aumentando considerablemente el Glúteo Mayor.
Se logró una rotación independiente del tronco en relación a las piernas para poder hacer rotación contraria del tórax y de los brazos mientras se corre. Esto se debe a varios cambios en relación a los primates: una cintura más delgada que separa el tórax de la pelvis (visto en H. Erectus); una separación e independencia de la cabeza; además de hombros más anchos. Estos cambios nos dieron la estabilidad para correr, braceando correctamente, a cambio de sacrificar nuestra habilidad y fortaleza de escalar.
También vemos una disminución considerable de la masa muscular del antebrazo en los Homo, principalmente por la falta de uso de esta al dejar de lado la escalada y para disminuir el esfuerzo muscular de mantener el brazo flexionado mientras se corre (existe una diferencia de casi 50% de masa muscular en antebrazo entre los humanos y los primates, que no se explicaría únicamente por dejar de escalar)
Por otro lado la cabeza también tuvo sus modificaciones para mantenerla estable y erguida mientras se corre: hubo cambios en la longitud de la cara (para evitar desequilibrios se “aplano” la cabeza, tanto en la cara como en la parte posterior de la cabeza), hubo un aumento notable en la percepción sensorial de la cabeza e incluso se ha visto la aparición de un nuevo ligamento: el ligamento nucal. Este ligamento es característico del Homo y de los cuadrúpedos que corren largas distancias, ya que ayuda a mantener la cabeza fija sin abusar del gasto muscular; algo completamente ausente en los primates y en el Australophitecus.
Termorregulación: Un gran desafío al momento de correr largas distancias es el calor, tanto el externo como el producido por el mismo cuerpo. Por lo que fue necesario varias adaptaciones para poder manejarlo.
En este aspecto los humanos llevamos la delantera al resto de los animales. Siendo capaces de elaborar y multiplicar glándulas sudoríparas y a través de la eliminación del pelo corporal (o disminución, aún hay unos poco evolucionados por ahí que corren sin problema) logramos un sistema óptimo de termorregulación, que nos permite correr en casi cualquier lugar del planeta y a cualquier hora.
Pero esto no termina ahí; este sistema incluye además algunos circuitos venosos elaborados para disminuir la temperatura de la sangre arterial. Esto se logra usando la sangre venosa que ha pasado por la frente y el cuero cabelludo y que ha disminuido su temperatura, para luego formar múltiples circuitos rodeando las arterias principales para bajar la temperatura de la sangre en estas.
Dada toda esta evidencia de los cambios que ha sufrido el hombre para llegar a ser lo que somos físicamente, es imposible no apreciar la importancia que ha tenido el caminar y el correr en nuestra historia: ya sea para cazar animales, recolectar comida, competir por comida con otras tribus, escapar de peligros, migrar hacia lugares mejores o simplemente disfrutar de la naturaleza; una cosa queda clara con todo esto: ¡Nuestros cuerpos fueron hechos para correr!
Referencias:
- Endurance running and the evolution of Homo; Bramble D. & Lieberman D.; Nature 432, 345-352 (18 November 2004)
- Hominid bipedalism, then and now; Zihlman A. & Brunker L.; Yb. Phisical Anthropology 22. 132-162 (1979)
- Kinematic analysis of running; Dillman C.; Excersise Sports Sci; Rev 3, 193-218 (1975)
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